Cinco minutos son cinco minutos

 

Aquella mañana de desaliento me dispuse a intentar salir en la moto de trial. Me preparé con calma y me vestí con todo el equipamiento para estar bien protegida y sobre todo abrigada.

Iba con mamá en el coche con unas ganas terribles de andar. Mientras, papá me espera en el lugar de costumbre, con la moto lista para mí.

 

Nada más llegar fuí consciente de que mis fuerzas no eran las que yo quería tener, pero aun así me obligué a intentarlo. Efectivamente, mi energía pasados cinco minutos pasó a un cuatro por ciento, con riesgo de terminarse rápido. Así pues, me bajé de la moto y me senté en la furgoneta de papá para ver como el resto de compañeros entrenaban.

Me sentía triste, inútil y muy frustrada. Todos se acercaban para decirme cosas como… “Pero qué ¿no andas?, ¿Ya te cansaste?, Pues si que entrenaste mucho”. Yo me limitaba a responder, no puedo con la moto.

Las botas me pesaban como si fuesen piedras de escándalo.

Con todo lo ocurrido me sentí muy desanimada e inferior. Mamá y papá me decían que no me preocupara, que pronto volvería a tener la resistencia de antes, que ahora todo eso era normal ya que estaba débil. Pero en ese instante ningún consuelo era suficiente.

 

De repente, apareció alguien caminando a lo lejos que me iluminó la cara antes de mediar palabra. Me acerque rápido a saludarla y a ofrecerle mi ayuda y ella sonrió y me saludó.

Estuvimos charlando un ratito sobre como se encontraba ella, como estaba yo y me preguntó lo que todos me preguntaban. Es importante matizar la gran delicadeza con la que consideró la cuestión que planteó. Yo le respondí con plena sinceridad que todo me pesaba demasiado.

Ahí fue cuando ella me sorprendió con una lección de vida y sobre todo de lucha.

“Ainhoa, bonita, cinco minutos son cinco minutos. Sé que seguramente tardaste más en ponerte todas las cosas necesarias y venir para aquí, pero eso es lo de menos. Piensa que pudiste disfrutar de la moto cinco minutos”.

Ahí entendí el sentido que tenía haber podido montar en la moto aunque fuera poco, quizás mañana ya no fuera capaz, debía de aprovecharlo y saborearlo, en lugar de frustrarme por ser un tiempo tan breve.

 

Ahora ya no estás, desgraciadamente. Fuiste un ejemplo de lucha y de constancia. En ninguna ocasión me faltó el regalo de tu sonrisa. En cada momento que nos veíamos te interesabas por mi salud, aun estando tu mucho peor que yo, ni punto de comparación. Y no me puedo asemejar a ti en ningún aspecto, tu remabas en nivel Dios a contracorriente, sabiendo que te ibas a ahogar, pero debías esforzarte para hacer lo máximo para darte la oportunidad de salir a flote.

 

Gracias por tus enseñanzas y por haberme permitido conocerte. Eres un gran ejemplo. Cada vez que monte en la moto y las fuerzas se evaporen, recordaré tus palabras y mostraré la más bonita de mis sonrisas, por ti.

 

Vuela alto, descansa y brilla allí arriba al igual que lo hacías aquí.

Jamás te olvidaremos.

 

 

Escrito el 05/09/2020.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El viento

Mejor parecer tonto, que demostrar serlo

Mi bocanada de aire